12 de jul. 2005

Memoria urbana. Entrevista a Francisco González Ledesma

Sébastien Rutés

En Barcelona, algunos de sus colegas autores de novela negra lo llaman cariñosamente “el avi”. El abuelo. Es que Francisco González Ledesma encarna un pedazo de historia. No solamente de la historia del género policial, cuyos nacimiento, desarrollo y madurez acompañó y protagonizó, sino también de la historia de esta ciudad en la que nació en 1927 y a la que sus últimas novelas siguen rendiendo un terco homenaje.
Abogado y periodista, estuvo constantemente en contacto con la historia de su país, desde la Guerra Civil que padeció de niño a la democracia que le proporcionó un tardío reconocimiento literario de su obra, pasando por la dictadura franquista que prohibió una y otra vez sus novelas. “Muchos recuerdos”, confiesa. Recuerdos que explican en parte que su obra cuente con centenares de novelas y guiones, que abarcan todas las facetas de la literatura popular, desde la ciencia ficción a las famosas novelas del Oeste de Silver Kane, pasando por el género policial, en el que destacan las novelas protagonizadas por su detective Ricardo Méndez.

Hasta Alfred Hitchcock pensó algún día en adaptar al cine una novela suya... Y a pesar de todo, el que fuera uno de los novelistas de éxito más jóvenes de España, recibiendo a los 21 años el Premio Internacional de Novela, sigue publicando a sus casi 80 años con tanta regularidad y tanta felicidad como en su juventud. Hace dos años todavía, su novela El pecado o algo parecido fue galardonada con el premio Hammett, que recibió en la terraza del mismo hotel donde me espera ahora, leyendo el periódico.
Estos últimos días, se le vio pasear, muchas veces solitario, por las calles bulliciosas de la Semana Negra, en la que es más bien costumbre juntarse entre amigos. Más tarde, aparecía sentado discretamente al fondo de una sala, escuchando atentemente una ponencia o haciendo, a veces, una pregunta al autor como cualquier otro miembro del público. A veces tomaba en silencio un café en alguna terraza, contrastando con el alboroto de las mesas en las que sus colegas gritaban y reían en animadas y polémicas charlas. De todo su ser se desprende una sensación de melancolía, la misma que la de su detective, y a menudo, cuando habla, confunde la una y la otra. Pasa de sus recuerdos propios a los de Méndez sin casi enterarse. Sin embargo, se trata de una melancolía positiva, afirmativa, voluntaria, que es la conciencia profunda de una memoria y la fidelidad a un pasado. El de una ideología, de esas mujeres que cada vez más protagonizan sus últimas novelas, y sobretodo de una ciudad “que existió y sigue existiendo sentimentalmente”, como afirmó en la presentación de su última novela, Cinco mujeres y media.
Nos sentamos en una mesa apartada, detrás de una estrepitosa cafetera. Cuando le aviso que en esta entrevista será cuestión de la memoria, parece recordar que había sentenciado a propósito de su novela Tiempo de venganza, con la que es este año otra vez finalista del Hammett: “el pasado es lo único que tienes”. Sonríe discretamente: el tema es de su agrado en el momento en que precisamente está redactando sus memorias, que se titularán La historia de mis calles...

Sébastien Rutés: Paco, en rueda de prensa ayer, Paco Ignacio Taibo II dijo que lo que le gusta de tu obra es que gira en torno a « esos viejos agravios que quedaron en el aire ». ¿Estarías de acuerdo?

Francisco González Ledesma: Claro, me parece una frase muy acertada y muy digna históricamente, porque mi ciudad, Barcelona, es una ciudad que por siglos sufrió muchos agravios. Agravios de muchas clases. Pudieron ser políticos, puesto que Cataluña ha sido una nación sometida, y Barcelona concretamente la ha representado en este sentido. Pudieron ser sociales, porque Barcelona ha sido la gran ciudad de la lucha social en España, la que siempre se ha enfrentado al franquismo, y que padeció más víctimas, por parte del franquismo y de la violencia de derecha. Es que ha sido una ciudad obrera, es decir pobre, donde los sufrimientos domésticos, los sufrimientos sin decirlo, que para mí son los más dignos y los más llamativos, se han mantenido durante siglos. Si tuviera que definirla, diría que Barcelona es una ciudad que lucha y que sufre, y en consecuencia está llena de viejos agravios relativos a la vida sentimental y criminal que son su fondo de identidad, ya que muchas veces se refieren a cosas que sucedieron, cosas que no se han denunciado nunca y cosas que alguna persona querrá resolver para lavar su conciencia. Los viejos agravios siempre están en el fondo de la historia social y criminal barcelonesa.

S. R.: ¿ Te parecen características de la novela negra española esas cuentas que no se han arreglado con el pasado, esos agravios pendientes, por la historia del país?

F. G. L.: Esa es una pregunta que tiene dos caras y te la contestaría de dos maneras: una literaria y otra política. En cuanto a la política, te diría que es mejor que las viejas lesiones hayan quedado sin castigo y sin curación, porque gracias a esto España ha mantenido estabilidad y no ha vuelto al horror de una guerra civil. Me refiero concretamente al final del franquismo, cuando un millón de muertos reclamaban, si no una venganza, por lo menos una explicación. Y ni hubo venganza, ni hubo explicación, ni hubo revisión, no hubo nada, simplemente el olvido. Y desde el punto de vista sentimental, desde el punto de vista del niño de izquierdas que había vivido aquel horror, pareció una solución injusta, porque ninguno de esos asesinos pagó por ello, absolutamente ninguno. Ahora hay otra visión: si se hubiese producido una contra guerra civil, si hubiésemos empezado a ajustar cuentas con la gente, a matar a los que mataron, simplemente España no estaría como está hoy. O sea que dentro de las soluciones malas se eligió la mejor posible. Ahora, eso no significa que no quedara el profundo sentimiento del pueblo, no quedara el recuerdo del padre que murió, de la mujer que subió a la barricada en una balacera y no volvió nunca más. Eso es lo que me da a mí material literario, me da sentimiento literario. Pero políticamente, si me preguntas si la transición fue una solución acertada, te diría que sí, quizás porque no había otra.

S. R.: En tus últimas novelas, se siente un Méndez cada vez más nostálgico. Pero ¿nostálgico de qué? ¿Y por qué?

F. G. L.: Si me permites que esté claro, Méndez tiene tres motivos de nostalgia, y los tres para mí son muy auténticos. La primera nostalgia es la edad. La edad nos hace darnos cuenta que seguramente hemos vivido una vida que es más hermosa que la que vivimos ahora, a pesar de que ahora vivamos mejor. Es decir, yo vivo ahora con más confort que cuando era un niño pobre. Pero los sueños del niño pobre me van llenando el espacio. Es decir, siempre hay un pasado en el que tú eres más digno, eres más joven y eres más guapo. El segundo motivo no es tan confesable, pero es legítimo también: todas las mujeres que él amó se han ido haciendo viejas, o se han muerto. Todas esas mujeres estaban llenas de contenido, de sentido, tenían una voz personal, y ya no están. Ya no tienen esta voz. Incluso las prostitutas que él como policía protegía o se han hecho viejas o están muertas o bien están todavía paradas en una esquina y lo llenan de penas. Y está basado sobre la juventud perdida este segundo motivo que Méndez siente y que para mí también es muy legítimo. Y después el tercer sentido tiene importancia también, aunque solamente los barceloneses lo entendamos: es el nuevo urbanismo, la nueva ciudad. Barcelona era una ciudad llena de obreros y capitalistas perfectamente definidos, que a veces se enfrentaban a muerte, pero todo el mundo se conocía. Y había unos barrios populares, por ejemplo el barrio chino, que era el barrio en el que la burguesía se divertía el sábado por la noche, tomaba una copa, hablaba con una mujer… Todo eso se ha perdido urbanísticamente. Las calles del pasado ya no existen, y Méndez siente la ausencia de esas calles, le hacen falta. Siente que ya no son suyas. Y eso crea nostalgia. Y tal vez haya otra cosa más, que es que los viejos habitantes de esos barrios han ido desapareciendo debajo la inmigración. Hay una frase en la novela que dice que Méndez se acuerda de muchas chicas bonitas cuyos padres se llamaban Pepe, y ahora se llaman Mohamed. Es decir que los barrios han ido cambiando también porque los inmigrantes los han ido llenando de tiendas musulmanas, de tiendas hindúes, y las casas ya no son las mismas y el idioma ya no es el mismo. Y esto también a Méndez le llena de nostalgia.

S. R.: A menudo se afirma que para entender el presente hay que conocer el pasado. Al contrario, en el caso de Méndez, el vivir tan arraigado a la memoria ¿no lo desconecta del presente? ¿No crea un desfase?

F. G. L.: Claro, le crea desfase. Soy conciente, y muchas veces cuando releo mis novelas, me doy cuenta de que este rincón del pasado que conserva Méndez quizás ocupa demasiado espacio. Pero no lo puedo cambiar, porque este pasado de Méndez, y este desfase que él está viviendo, yo lo estoy viviendo también. Yo soy un hombre que muchas veces mira viejas fachadas, viejas ventanas, habla con gente que ha vivido mucho, y tiene amigos de muchas edades, y entonces para mí la ciudad es compañía y es diálogo. Nunca será la ciudad una nueva tecnología, nunca será un adelanto científico, nunca será un urbanismo nuevo, siempre será lo que ha significado en mi vida. Pero sí estoy conciente del desfase entre el policía moderno, el policía dinámico, y el viejo policía Méndez, que todavía cree en el ambiente de una habitación o en la importancia de una mirada. Pero es así. Méndez es real, yo no me invento nada. Hay mucha gente así.

S. R.: Hablando ahora del género, ¿te parece que esta temática de la presencia del pasado, de la memoria, es particularmente presente en la novela negra española? Estoy pensando en Vázquez Montalbán, para no ir más lejos.

F. G. L.: Mira, mientras hablabas yo estaba pensando también en Manolo Vázquez Montalbán, y en Juan Marsé también, aunque no sea escritor de novela negra, pero en sus novelas siempre están los barrios y siempre está la pequeña delincuencia, están los que se roban una moto, viven en un piso ocupado o engañan a la mujer. Pero Manolo había nacido como yo en un barrio popular, había vivido la pobreza, y en consecuencia la memoria de sus años de sufrimiento había marcado su vida. En sus novelas siempre están las viejas calles, los urbanistas despiadados, está el capitalismo brutal… Todo está es sus novela, como en las de Marsé. También está en La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, está el pasado. Es que no se puede hablar de Barcelona sin hablar del inmenso pasado que tiene. El presente siempre es poco subjetivo, en cambio el pasado es enormemente subjetivo. Y por eso los novelistas lo tenemos muy en cuenta. Entonces creo que sí podría ser una característica de la novela española.

S. R.: Al escucharte parece más una característica catalana que española. Propia de Barcelona...

F. G. L.: Concretamente, si me preguntas de otros autores, te hablaría de Juan Madrid, con su viejo Madrid, el que en cierto modo no existe, el Madrid castizo… Pero yo sólo te puedo hablar de Barcelona, y de la característica de la novela negra. Creo que siempre está el pasado en el centro de la novela negra: es que el crimen no se explica sino por el pasado. Claro que existen crímenes de impulso repentino, pero no tienen la categoría de delitos. Son impulsos. Salvajadas. Pero el crimen es un proceso largamente meditado y normalmente ocupa parte del pasado de una persona. Por eso creo que el pasado es una característica de toda novela negra.

S. R.: Precisamente, la estructura de la novela policial se basa generalmente en la reconstrucción de un pasado, que es la reconstrucción del crimen y de sus motivos. ¿Sería entonces el género policial, por su estructura narrativa, el gran género de la memoria?

F. G. L.: Sí, y no solamente eso, sino que la novela negra es la auténtica novela social, en el sentido de que todo el presente de una ciudad, toda su vida industrial, sentimental, criminal, está representado en la novela negra. Es una cosa que dice Paco Ignacio Taibo pero es un pensamiento que siempre he tenido y he comunicado, que es que la auténtica novela social española es la novela negra porque es la que penetra con más sagacidad y más sinceridad en lo que es la sociedad de estos momentos. Y generalmente todo crimen se explica por un drama personal, pero también por un drama social. Ha empezado la novela negra hablando de la ruptura social de los años veinte. La novela negra española habla de una continua ruptura social que se está dando con el capitalismo salvaje, con la aparición de las nuevas formas de la economía, con la consideración del trabajo como una vil mercancía, como una mercancía más… Esos dramas no se explican bien si no es a través de la novela negra. Por eso tiene dos aspectos: es un ejercicio de memoria, y a la vez es la novela social por excelencia.

S. R.: Ya que hablas de Paco Ignacio Taibo, otra cosa que decía estos días es que según él la novela negra y la novela histórica tendían inexorablemente a mezclarse. ¿Compartes su opinión?

F. G. L.: No me parece inexorable, porque la novela es ante todo un ejercicio de libertad. Es decir que en literatura no hay nada inevitable. Yo puedo hacer la novela más distinta que se pueda imaginar, que no entre dentro de ningún género y que no se parezca a nada de lo que los otros han escrito. Esa es la maravillosa libertad que te da ser novelista. Ahora, que cada vez haya más similitudes entre la novela negra y la novela histórica me parece lógico, sobretodo porque la historia, por desgracia, viene a ser en gran parte novela negra. Y después, la novela negra, al explicar un crimen, tiene que explicar un largo proceso histórico, que muchas veces se remonta a lo que una novela histórica explicaría. Por ejemplo cuando Méndez habla de la vieja policía española, se acuerda de lo que existía en la dictadura anterior, que era la de Primo de Rivera. Y cuando habla de que el barrio chino lo llamaban así porque había gente de otros lados, pero que no eran chinos sino que eran filipinos que habían venido después de la derrota española, está haciendo historia. Existirán cada vez más estas conexiones, pero en literatura no hay nada inevitable, ninguna obligación, y eso es lo que la convierte en la cosa más libre y más bonita del mundo.

S. R.: ¿ Eres un nostálgico por naturaleza?

F. G. L.: Si, lo soy. Quizás sea porque tengo muchas cosas que recordar. Sí, quizás sea esto. Me imagino que un chaval que tenga ahora diez años pues recordará una infancia más o menos equilibrada, una alimentación sana, una familia que no ha estado rota, una casa arreglada… Pues no tendrá nostalgia. Quizás recuerde algún amigo, pero nada más. Mientras que yo he nacido en una calle en la que se tiraban tiros de portal a portal, he pasado muchísima hambre, he ido a colegios donde los maestros estaban enfrentados entre sí porque algunos eran de derechas y otros de izquierdas, he vivido en una familia rota por la guerra… Todo esto hace, quizás por desgracia, que yo tenga más vida que los chavales de ahora, y que en consecuencia tenga más nostalgia. Si la capacidad para recordar y el hecho de haber vivido mucho se pueden llamar nostalgia, pues sí, yo la tengo… Lo que no quiere decir que quisiera vivirlo todo otra vez, pero tengo más recuerdos que la gente que nace ahora.

Europolar, 3, noviembre-diciembre-enero de 2005/06