1 d’abr. 2006

Francisco González Ledesma: “Para ser novelista no te prepara nadie”

Isidro López

La novela negra, especialmente en su vertiente más social y política, es un género poco cultivado en España. Francisco González Ledesma es una excepción: Historia de dios en una esquina (Júcar, 1991) o Expediente Barcelona (Júcar, 1987) son clásicos del género en un mercado tan exigente como el francés. Cinco mujeres y media es su última novela y este marzo han aparecido sus memorias. LDNM ha hablado con él.

¿Qué aprendió cuando escribía novelas del Oeste durante el franquismo con el pseudónimo Silver Kane?

Después de que la censura prohibiera la publicación de mi primera novela Sombras viejas, escribí guiones para comics en la editorial Bruguera y mi editor me propuso pasarme a las novelas del Oeste. Empecé en broma pero, como se vendían muy bien, el editor me pedía más y más. Yo siempre digo que aquel fue un aprendizaje de perro. Si tratas de ganarte la vida con estas “novelas rápidas” no tienes más remedio que aprender o morir. Había que hacer una novela a la semana porque pagaban muy poco. Las novelas tenían que ser interesantes desde la primera página y decir algo nuevo, los recursos los tienes que ir aprendiendo con el tiempo. Todo lo que yo pueda saber sobre recursos literarios lo aprendí en aquella época.

Después fue usted abogado y periodista, dos profesiones muy presentes en la novela negra. ¿Por qué tantas profesiones diferentes? ¿Hasta qué punto le ha servido su carrera profesional como fuente de documentación?

Yo siempre había querido ser periodista, pero durante el franquismo un periodista era un funcionario del régimen. No quería ser periodista en esas condiciones. Estudié para abogado y aprendí derecho catalán (muy distinto del código civil) trabajando como pasante de grandes abogados. Como había muy poca gente que conociese la materia, y luego me especialicé en derecho de la propiedad, gané bastante dinero. La vida del abogado es más dura de lo que parece, yo no la pude resistir. Muchos asuntos entonces no se resolvían con la ley sino con arreglo a la moral imperante. En otros casos, me encontraba con que como abogado defensor lograba sacar a la calle a auténticos criminales. Además, me sucedía como a los médicos que se les muere un niño, cuando perdía un caso me tiraba sin dormir una semana. Pero la causa más importante de que dejase la abogacía fue mi paso por el servicio jurídico del grupo Bruguera. Esta editorial explotaba sin piedad a los dibujantes y redactores que eran mis amigos y yo era el que hacía los contratos y mantenía el régimen legal de la empresa. Todo esto me atormentaba, me estaba convirtiendo en una persona que yo no quería ser y dejándome sin amigos. Un día me dije que ya era suficiente y comencé a estudiar periodismo por libre. Tuve mucha suerte y saqué el numero uno de entre los alumnos que iban por libre. Ejercí en El Correo Catalán y luego en La Vanguardia, donde he pasado los veinticinco años más felices de mi vida. Mi conocimiento de la sociedad me lo han dado estas dos profesiones. Como abogado, conocí cómo funciona la sociedad desde dentro: cómo se hacen los negocios, cómo reaccionan los ricos o cómo se mueven los grandes capitales. Como periodista conocí las calles y conocí a los políticos. Estos trabajos me dieron una formación “marginal” porque mi intención era aprender otras cosas. Para ser novelista no te prepara nadie.

¿Qué significó para usted el Premio Planeta de 1984 por Crónica sentimental en rojo?

En el escaso tiempo que me quedaba después de trabajar, escribía novelas que creía que jamás se publicarían, lo hacía porque yo lo necesitaba. Durante esta época escribí Los Napoleones, Las calles de nuestros padres y Expediente Barcelona. Después llego el Planeta con Crónica sentimental en rojo; no significó mucho dinero (entonces eran doce millones de pesetas menos los impuestos), pero sí muchos ánimos para seguir escribiendo. El premio también tiene un aspecto negativo: te da una responsabilidad enorme y, después del premio, te obliga a que todo lo que hagas, por lo menos, bueno. A usted le ha llegado antes el éxito en Francia que en España, ¿tiene este éxito algo que ver con la gran tradición francesa de género negro? Yo tuve la inmensa suerte de comenzar a publicar en Gallimard y cuando publicas varias obras en esta editorial en Francia ya eres una figura. Por ejemplo, Expediente Barcelona ha tenido varias ediciones con Gallimard y en la colección Folio, que siempre está en las librerías, mientras que aquí es inencontrable. Aún así, yo pondría en perspectiva el éxito en Francia. Allí se lee mucho más, es mucho más fácil tener éxito. Las tiradas son mayores y las novedades están mucho más tiempo en los estantes. En España los libros están dos meses en las librerías y ya no los ves más. Aunque se van a ir reeditando, la gran mayoría de mis libros no están disponibles en este momento. Los editores españoles son muy perezosos para las reediciones.
Aparte, en Francia hay una tradición muy arraigada de género negro. La Serie Noire de Gallimard es la colección más importante del mundo de este tipo de novela, publicar allí da prestigio y una fuerza comercial que hace que los libros se vendan. Pero insisto en que no quiero sobrevalorar el éxito en Francia. El hecho de que Francia se lea más es muy importante.

Hay una tradición francesa de la novela negra, el polar, y hay otra tradición americana, el hard boiled. ¿Dónde se sitúan escritores como usted o Vázquez Montalbán?

En España se está creando una tradición de novela negra que no existía gracias a iniciativas como la Semana Negra de Gijón. La novela negra es novela social, aquí no se pudo hablar de jueces y policías corruptos, de fortunas hechas de mala manera o de mujeres poniendo los cuernos a sus maridos hasta la muerte de Franco. La resurrección de la novela negra llegó con Mario Lacruz, él fue el primero en volver a hablar de las calles. Después le dio un impulso Vázquez Montalban junto con otro pequeño grupo que formamos la novela negra española.

En Cinco mujeres y media usted sitúa la acción en un entorno multiétnico. En Francia y en Alemania la inmigración y sus problemas han sido una fuente de inspiración para que el género tomase nueva vida. ¿Cree usted que un fenómeno social novedoso en España como es la inmigración puede traernos una oleada de novela negra social?

En España se está produciendo una mezcla de culturas que en Barcelona es más intensa que en otras partes. Barcelona siempre ha sido una tierra de acogida, una tierra bilingüe. La mezcla de la influencia francesa de Barcelona con la llegada de una inmigración africana y sudamericana dará una nueva forma a la novela negra. La novela negra es el género que mejor analiza lo que sucede en las calles porque tiene mucha más libertad que la novela convencional. En mi próxima novela Barcelona ya es completamente multirracial. A mí me gustan los barrios populares pero no puedo seguir pensando que son como eran hace veinte años.

¿Reconoce usted la Barcelona de los bajos fondos, la del Barrio Chino que es protagonista de tantas de sus novelas, después de las operaciones urbanísticas y las maniobras especulativas que han transformado la ciudad?

Cuando releo Crónica sentimental en rojo me doy cuenta de que muchas de las calles por las que pasa el protagonista, Méndez, ya no existen. Me da un poco de miedo y de vergüenza porque quien lo lea hoy pensará que es todo una invención. Gran parte de la Barcelona que yo describía ya no existe. La zona del Raval ha perdido parte de su entraña aunque creo que ha evolucionado a mejor. Creo que con las grandes operaciones especulativas la ciudad ha ganado urbanísticamente y ha perdido humanamente. Junto con zonas que han perdido toda identidad conviven guetos para inmigrantes en los que los problemas ya no son los mismos de antes y, además, son muy difíciles de comprender para un barcelonés. La ciudad esta perdiendo su fisonomía, no es algo que me moleste, pero sí me desconcierta.

Revista Ladinamo, 21, marzo-abril 2006