6 de nov. 2007

Una novela de barrio

Enrique Bienzobas

No hay grandes personajes. No surgen en esta historia mafiosos internacionales ni redes organizadas a nivel internacional. No hay trata de blancas, ni de negras, ni de amarillas… No aparecen aquí los grandes cártels de la droga, ni de las armas, ni de la especulación urbanística… Nada de eso discurre en Una novela de barrio. Sólo, y es más que suficiente porque lo es todo, es el barrio. El barrio es el mundo, el universo. La vida. Dos viejos emprendedores que habían de hacer juntos una quiniela. Una vecina que dice no tener bastante con su pensión. Un coche que intenta aparcar junto a una familia de gatos. Una nena –miss ombligo- que habla con Dios por su móvil.

El barrio.

La vida del barrio, (Poble Sec, Vallekas, Tetuán, Carabanchel…). Lo que queda de él. Aquello si que era pueblo, Méndez. Lo malo es que cuando los barrios cambian, sus nuevos habitantes entierran su historia. La España –el barrio- del hambre, ya no es lo que era. Ahora el hambre la sufren los de fuera. ¿Sólo? El hambre y la represión, como en Cañada Real, o en El Egido, o en… ¡Da igual! En cualquier, lugar a donde el incierto destino de inmigrantes en busca del paraíso del Capital, les localice.
Si a Juan Madrid le gusta decir que es un narrador de historias. Y es cierto. De Francisco González Ledesma podríamos decir que es un constructor de historias. Con pocos datos: dos antiguos colegas que asaltan un banco y matan a dos rehenes, uno de ellos un niño de tres años. Uno va a la cárcel el otro escapa. Con eso y el barrio, ha construido una historia de la vida real, de la calle. Una historia de amor, de venganza, de odio, de bares, de putas, de marqueses, de madames, de salarios que no llegan a fin de mes, de casas tan pequeñas que el gato tiene que dormir fuera, de policías que no creen en la ley.
Volvemos a ver a Amores, el periodista de la mala suerte, con su voz temblorosa y su seseo, pero que, cuando se refiere a los clásicos del Siglo de Oro, pronuncia bien la zeta. A ellos, pues Méndez siempre está presente, se le une esta vez el anticipado. Uno al que le dieron la jubilación anticipada y abrió un bar con el dinero, un bar que llamó El Anticipado, donde da una cazalla que es mejor no tomar. Sin embargo he notado al jefe de Méndez, el comisario principal, señor M., más dispuesto a favor del inspector a punto de jubilarse que en otras ocasiones. Incluso los expedientes los lleva de forma algo más ligera. Quizá al final de la vida profesional, que será, seguramente, el final de su vida física, habrán empezado todos a comprender a Mendez, incluso la Loles, quizá un amor secreto de Méndez.
Narrada en tercera persona, en ocasiones en primera y a veces en segunda persona. La historia es tan agradable de leer que uno no puede soltar el libro de las manos. Hay pasajes que son inolvidables. La discusión entre Miralles y Eva Expósito, guardaespaldas y su ayudante, es mucho mejor que cualquier “discusión” que se pueda realizar en el Parlamento. Antiguamente la podíamos encontrar en revistas marginales de la izquierda revolucionaria, hoy nadie se las plantea. Y mucho menos en las tertulias mediáticas, esas en las que cualquiera (periodista importante, claro) puede hablar de cualquier cosa. Eva se pregunta por qué protegen a los poderosos a costa de sus vidas. Llegando a la conclusión de que es por un pedazo de pan. Es la historia de los perdedores, de los soñadores. Los otros, los realistas que no sueñan, como por ejemplo Leónidas Pérez, son capaces, con su hipocresía por delante, triunfar en la vida.
Personajes tan maravillosamente desarrollados como Ruth, antigua madame de prostíbulo de barrio proletario y hoy señora marquesa de torre de barrio burgués venido a menos gracias a la especulación. Mabel, la que nunca fue niña y que soñaba mirando al techo, mientras otros gastaban un amor comprado. Eva, la ayudante que ama en silencio y que fue rescatada de más abajo del arroyo. David Miralles, el perfecto guardaespaldas que solo falla en el amor. El Anticipado, con su sabiduría popular que penetra la realidad más que muchos sabios universitarios…
Y el amigo Méndez. Ese que no estudió en la academia, sino en las esquinas de los viejos tiempos donde o aprendías o te mataban. El policía que se cisca en la ley. Ha perdido ahora su ambigüedad, como cuando pensaba aquello de los buenos tiempos de la Brigada Social barcelonesa, cuando la bofia sí que era la bofia (Las calles de nuestros padres). Uno se pregunta cómo es posible que quiera a un policía (incluso cuando ya Guillermo Orsi nos había dicho que Nadie ama a un policía). Y es que la bondad, la sabiduría, su humanidad… todo en Méndez nos satisface.
Hablar del final de esta historia de barrio es hablar de algo trepidante. Confieso que he leído el final en varias etapas. Es tal la tensión que se desarrolla que uno tiene que hacer esfuerzos por no saltar tres renglones, cinco. Una página. Como yo, cuando la tirantez me puede, suelo adelantar la lectura. Esta vez no lo he querido hacer y he interrumpido el final varias veces, para reducir la tensión. ¡Qué bueno el final! Es verdad que se parece un poco a las historias de Bond, James Bond. Pero en el barrio. En una casa donde dos mujeres, la madame y su niña, que nunca fue niña, se odian, pero donde no dudan ninguna en proteger a la otra. ¡El barrio! ¡Nuestro mundo!
¡Qué final!


GONZÁLEZ LEDESMA, FRANCISCO: Una novela de barrio. Editorial RBA. Barcelona, 2007. 297 páginas. ISBN: 978-84-7901-624-1.

Liberty
, 6 de noviembre de 2007