19 de maig 2010

La Barcelona de Ricardo Méndez

Javier Mazorra

De la mano del procaz policía creado por Francisco González Ledesma nos sumergimos en una Barcelona recóndita, oculta, subterránea, que la mirada de Méndez hace aflorar a lo largo de los relatos. Como lo indica el propio autor, su protagonista «deambula por las entrañas de la ciudad y los recovecos íntimos de una Barcelona que no se ve pero que palpita en el aire». Su territorio natural es el Poble Sec, el Paralelo y el Raval, llevándonos también al Eixample e incluso a los Barrios Altos y a la prolongación de la Diagonal.

Durante más de un cuarto de siglo, a través de sus libros hemos podido pasearnos por una ciudad en trance de desaparición. Es consciente de que se está convirtiendo en otra nueva; no le gusta pero aun así nos la describe de igual forma. Méndez empezó como secundario en 1983 en Expediente Barcelona para convertirse en protagonista absoluto un año más tarde, en La calle de nuestros padres.

De su historia, conocemos poco. Se sabe que cuando era joven trató de alquilar una máquina de escribir con doble teclado, uno para las mayúsculas y otro para las minúsculas, «porque tenía pinta de ser la más económica». Fue un policía joven pero que nunca tuvo problemas con las amenazas disciplinarias, ya que, cuando le entregaron su primer nombramiento, le comunicaron también su primera sanción. Vivió durante muchos años en la trastienda de un colmado que también funcionaba como bar en la antigua calle Nueva (Carrer Nou de la Rambla) donde también estaba su comisaría de barrio aunque desde hace un tiempo, ya al filo de la jubilación, vive «en un pisito frente a Atarazanas tan lleno de libros que hasta es posible que debajo esté sepultada la ultima mujer de la limpieza».

Su Barcelona es a veces más fantaseada que real, una ciudad «reinventada», pintada con los colores de la melancolía y de la nostalgia pero que siempre terminamos reconociendo, aunque el mismo Mendéz se pierda y a veces no sepa dónde está.

Ciudad de fantasma

Sólo hay que llevar un libro suyo en la mano y empezar un largo deambular por sus calles. Así llegaremos a la de Tapioles (para muchos todavía Las Tapias) en el Poble Sec, donde una placa nos recuerda que en el número 22 nació González Ledesma. Ya no hay mujeres prostituyéndose. Ha aparecido más de un restaurante de diseño, sobre todo en la antigua plaza del Surtidor. Pero los fantasmas del pasado siguen ahí, asomándose cuando nos acercamos a la Pequeña Francia, ya en los lindes con Montjuic donde se esconde ese cementerio con vista al Mediterráneo que se cuela en algunos de sus relatos. Lo mismo ocurre con el Paralelo donde sólo si leemos con precisión sus novelas podemos imaginar cómo era la calle más divertida de Barcelona.

La metrópolis que descubrimos es quizás más añorada que real, pero está todavía ahí, como el Mercado de San Antonio que ha cambiado y aún se modificará más veces. Pero sigue siendo el mismo que aparece una y otra vez en sus novelas. Siempre se encuentra más cómodo en su territorio, entre el Paralelo y las Ramblas, «donde una brisa suave llegaba del mar y subía... acariciando los cuerpos de las turistas, incluso de las que jamás habían recibido una caricia.». Vale la pena seguirlo también por el Eixample y ver cómo conoce su pasado, sus historias secretas, la diferencia entre su lado derecho y su lado izquierdo.

Al Poble Nou no va mucho, pero cuando lo hace nos seduce de inmediato y nos provoca ponernos en camino hacia ese barrio casi desfigurado, invadido por un nuevo Barcelona con nombre de arroba tecnológica pero que todavía esconde verdaderos tesoros como ese Cementerio Nuevo que ya va camino de doscientos años.

Puertas secretas

Da igual que, como repite una y otra vez a través de sus personajes, «ya no veía la ciudad que era sino la que había existido o la que le habían contado». También afirma el mismo González Ledesma: «Como no sé planificar una novela ni desarrollar un argumento, me sumerjo en las calles y las paseo, y lo que acaba pasando es que la ciudad auténtica acaba metida en la novela».

De lo que no hay duda es que de su mano abrimos puertas secretas. De pronto estamos rondando las antiguas villas de Vallvidrera o de Horta, «donde aún quedaban casas centenarias tribunas de la vieja burguesía y gatos que se aburrían espiando a los coches». Y sin embargo nunca nos da todas las claves y ahí radica su principal encanto. Quien se pasee por su más sórdido que entrañable Carrer Nou se va a llevar la sorpresa de encontrarse con una de las obras clave de Gaudí a la que además se puede entrar, al haberse convertido en museo. O en Horta, que esconde uno de los jardines más misteriosos de Barcelona.

A veces no puede evitar hacernos un guiño a los amantes de la novela negra, invitándonos a conocer cerca del puerto la librería Negra y Criminal, donde lo primero que llama la atención es un cartel que dice «Terminantemente permitido fumar». Es el mejor sitio donde seguir descubriendo la Barcelona de Méndez. Pero también la de Pepe Carvalho y la de otros detectives y policías nacidos en Barcelona de la mano de tantos otros escritores como Mendoza, Andreu Martín y Giménez Barlett, a los que se suma toda una nueva generación que nos invita a descubrir otras Barcelonas con la muerte en los talones.

El Mundo, "Viajes con la muerte en los talones", 18 de mayo de 2010