3 de març 2015

Francisco González Ledesma: El autor que se pateaba las calles


Nació en el Poble Sec y allí vivió el hambre en tiempos de violencia y miseria. Era hijo de una matrimonio de clase trabajadora y toda su obra -su gran obra- sería un homenaje a la dignidad, la tenacidad y la entereza del perdedor (y azote de las argucias y malicias de los que ganan; en los ayuntamientos, en la política y en las finanzas). Francisco González Ledesma era un trabajador imbatible, formidable. Lo fue ya desde la infancia y, como él contaba en una entrevista, cuando consiguió seguir adelante con sus estudios gracias a una tía de Zaragoza. La ayuda económica de aquella señora tenía una condición: no se admitían suspensos.

Y así llegó a estudiar la carrera de Derecho. Para costeársela, entró a trabajar en aquella gran factoría llamada editorial Bruguera. Allí escribió a destajo, ganando pulso y oficio, esa serie de novelitas firmadas bajo el pseudónimo de Silver Kane (y tuvo otros, que incluían la novela romántica). Más tarde pasaría a ser abogado de la firma Brughera, trabajo en el que no se sentiría del todo bien. Y, en verdad, cuando se convirtió en abogado con despacho propio, acabó sintiéndose peor. Tenía buenos ingresos, posición, pero defendía lo que en todas sus novelas atacó: señores que merecían estar en la cárcel.

No sólo escribió aquellas (¡400!) novelas por entrega, a veces una por día. En Bruguera, entre 1947 y 1966, también fue guionista de tebeos -El inspector DanDoctor Niebla o Teniente Negro- y, fuera de la órbita de aquella editorial, en 1948, con 21 años, fue galardonado con el premio internacional de novela joven creado por el editor José Janés. Conoció a Somerseth Maugham -que era miembro del jurado-, y fue un gran honor, pero la censura franquista vetó la publicación de Sombras viejas por roja y pornógrafa. Casi treinta años después publicó por vez primera en España, con su verdadero nombre, la novela Los napoleones.

El fuerte carácter social, la radiografía del paisaje en fuga de Barcelona -"se acaba la Rambla de los camioneros y llega la de los ejecutivos"- de su obra posterior es indivisible de su carrera de periodista. Primero en El Correo Catalán y luego, durante 25 años, en La Vanguardia, en donde fue redactor jefe -y en donde durante mucho tiempo en esta redacción le han guardado su máquina de escribir-. Como su gran personaje, el comisario Méndez, González Ledesma ejercía el periodismo a fuerza de "patear al calle".

Conoció y entendió Barcelona como un notario que levanta acta de todos sus rincones, burdeles, inspectores de policías hijos del franquismo (como lo sería su personaje), ladrones de poca monta y señores en las esquinas de lo que en la obra de Méndez se llamaría El Chino, en desprecio de lo que para autor y protagonista eran un amargo eufemismo de estos tiempos: el Raval. 

El francés Leo Malet escribió una historia por cada distrito de París.

Barcelona tiene un recorrido literario de la obra de Juan Marsé, y de Mercè Rodoreda. La ruta de Méndez -altamente reconocido en Francia- sería un trabajo de fina arqueología. La misma que llevaba a cabo este comisario que desde hace muchas, muchas novelas sus superiores quieren jubilar, relegado a un escritorio junto al retrete en la comisaría de Nou de la Rambla, un tipo honesto e incómodo, valiente como nadie y "zorro viejo", que aunque algo decrépito sigue siendo capaz de molerse a golpes por honor y de buscar antiguas confidentes en viejas madamas, en un barrio chino en donde "se han ido las madames y han llegado los dentistas". Crónica sentimental en rojo (Premio Planeta), El pecado o algo parecido -en donde las garras del sabueso Méndez llegan a Madrid y "algún pez gordo de la Moncloa"- , Cinco mujeres y media (Prix Mistere) Una novela de barrio (Premio RBA 2007); en cada novela la lengua de Méndez es más amarga, y su mirada más certera.

En 2007 su autor publicó en forma de libro una obra llamada La ciudad sin tiempo. Un prodigio de registro diferente, un recorrido por Barcelona (cuyo origen había sido una historia por entregas publicada en este diario) y centrada en un personaje inmortal, nacido en un burdel de la Edad Media, que vive todas las épocas de la ciudad, que huye de la muerte en 1714 o asiste a la inauguración del "Set portes".

Por eso fue muy difícil de creer que este otro inmortal, encantador y fuerte, sufriera un ictus cuando ya tenía casi acabada su novela Peores maneras de morir. Decía Ledesma que la prueba de fuego sobre sus propios textos era releerlos tiempo después: si se aburría, los tiraba. Afortunadamente, y posiblemente porque no podría soportar la idea de no cumplir con sus editores, esta novela sobre chicas que huyen de verdugos que las esclavizan y luego se comportan como empresarios de alto nivel, sobre la ciudad que tapia, hermosea y derriba y se hace irreconocible, se publicó (y con la colaboración de una de sus hijas). Fue la despedida de un maestro del que -como crítica habitual de novela negra- no me puedo despedir. Sé que no volveré a reseñar la fuerza y la puñetera verdad ala que nos confrontó él, libro tras libro. Sé que no volveré a encontrarme con frases así: "no le doy mi palabra de caballero porque sin duda no lo soy, pero le doy una palabra que en la calle vale más, mi palabra de hijo de puta". Queda, pues, salir a buscarlo, Como Méndez salía a buscar con un libro en los bolsillos la ciudad que sólo podía contar él. Así lo dijo su autor: "La ciudad, Méndez, está llena de cosas que han existido, y en las calles siempre hay alguien que las recuerda. Por eso caminamos sobre el pasado y por eso nos está esperando en las esquinas".

Lilian Neuman. La Vanguardia, 3 de marzo de 2015